Naird

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pero no volverá a mirar ovejas, por mi pulgar.» Dicho lo cual, se lamió el pulgar derecho y se lo ofreció al barón. Después de dudar un segundo, el barón se lamió el suyo y lo apretó contra el de la abuela. Todos sabían qué significaba: en la Caliza, un trato cerrado con un apretón de pulgares era irrompible. «Por usted, la ley se rompió con una palabra —dio la abuela Dolorido—. ¿Lo recordará, usted que juzga a otros? Recuerde este día. Tendrá razón para hacerlo.» El barón asintió con la cabeza. «Eso servirá», respondió ella, y separaron los pulgares.
Los pequeños hombres libres (Discworld, #30)
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