Naird

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El silencio olía a ovejas, y a trementina, y a tabaco. Y entonces llegó el movimiento, como si Tiffany cayera a través del suelo, muy deprisa. Y un calor amable y, durante un momento, el sonido de las olas. Y su propia voz, dentro de su cabeza. «Llevo esta tierra en los huesos. »Tierra bajo ola.» Blancura. Avanzó tambaleante entre la oscuridad cálida y pesada que la rodeaba, algo parecido a la nieve pero tan fino como el polvo. Se acumulaba en alguna parte por debajo de ella, porque veía una tenue blancura.
Los pequeños hombres libres (Discworld, #30)
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