La rabia la desbordó. Se levantó, apretó los puños y gritó a la tormenta, poniendo en el grito toda la ira que llevaba dentro. Cayeron sendos rayos contra el suelo a los dos lados de Tiffany. Lo hicieron dos veces. Y permanecieron allí, crepitando, y se formaron dos perros. Emanó vapor de sus pelajes y chispearon luces azules en sus orejas cuando los perros se sacudieron. Miraron a Tiffany con atención. La reina ahogó un grito y desapareció. —¡Ven aquí, Relámpago! —gritó Tiffany—. ¡A mí, Trueno! —Y recordó la vez que había corrido por las lomas, cayéndose, gritando todo al revés, mientras los
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