Soy Tiffy —susurró—, y nos vamos a casa. «Y ahora es cuando aparece la reina», pensó. Pero no se produjo ningún grito de rabia, ningún estallido mágico... nada. Solo oía el zumbido de abejas a lo lejos, el viento entre la hierba y la respiración entrecortada de Wentworth, que estaba demasiado sorprendido para llorar. Tiffany vio que al otro lado del emparrado había un sofá de hojas, rodeado de flores colgantes. Pero no había nadie sentado. —Eso es porque estoy detrás de ti —dijo la voz de la reina en su oído.