Pero eso no es más que tesoro de sueños, ¿no? —preguntó Tiffany—. ¡El oro de las hadas! ¡Se convertirá en basura por la mañana! —¿Ah, sí? —dijo Rob Cualquiera. Echó un vistazo al horizonte—. ¡Muy ben, ya oísteis a la kelda, rapaces! ¡Quédanos comu media hora para vendérselo a alguien! ¿Permisu para darnos el piriño? —preguntó, dirigiéndose a Tiffany. —Hum... Ah, sí, claro. Gracias por...