Parecían hojalateros, pero ella sabía que, entre ellos, no había ni uno solo que supiese cómo arreglar un hervidor. Lo que hacían era vender cosas invisibles y, después de vender lo que tenían, seguían poseyéndolo; vendían lo que todos necesitaban, aunque a menudo no querían; vendían la llave del universo a personas que ni siquiera sabían que estuviese cerrado. —No puedo hacerla —dijo la señorita Lento, enderezándose—, ¡pero puedo enseñarla!