La reina ya no está —dijo. Aquello parecía resumirlo bien. —¿Qué? ¿Que la reina ya no está? Ah, hum... estas damas son la señora Ogg... —Buenos días —saludó la otra ocupante de la escoba mientras se tiraba del vestido negro largo, desde debajo de cuyos pliegues llegaban ruidos elásticos—. ¡El viento de ahí arriba sopla por dónde le da la gana, créeme! —Era una señora bajita y gorda, con el rostro alegre de una manzana que lleva demasiado tiempo en la despensa; cada vez que sonreía, sus arrugas se movían en todas direcciones. —Y esta es la señorita... —empezó a decir la señorita Lento. —Señora
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