«Es demasiado tarde, las lágrimas no sirven de nada, no queda tiempo para decir nada, hay cosas que hacer». Y... entonces dio de comer a los perros, que esperaban con paciencia el desayuno. Habría ayudado verlos hacer algo ñoño, como gemir o lamerle la cara a la abuela, pero no lo habían hecho. Sin embargo, Tiffany seguía oyendo la voz en su mente: «Nada de lágrimas, no llores, no llores por la abuela Dolorido».