Ahora, por esta calle del suburbio de casitas bajas, tabernas, merenderos y tiendas indefinibles, el hedor a carroña se hace más intenso. —¡Peste! –oigo decir a una mujer que se aprieta las narices con los dedos–. Si no entierran pronto a esos de la cuneta nos va a dar un tabardillo… Debe de haber fusilados por aquí cerca… No quiero pensar en ello, pero al pasar por una taberna oigo decir: —Son los fusilaos de anteayer que están aún en la zanja… Ya podían echarles un poco de tierra…

