Hemos terminado ayer el último kilo de garbanzos. Eran garbanzos de guerra, de esa especie milagrosa que no existe en tiempos de paz. Guadalupe los contemplaba con grave atención y me decía: —Esto no es lo que dicen. Yo no creo que sean garbanzos… A veces, cuando teníamos lentejas y las buscábamos por la noche para echarlas a remojo, no las distinguíamos de ellos… ¡tan chiquitos son! Pero ya ni eso tenemos.




