Casi no ha amanecido y ya estoy en la cola de la leche. Es una calle embarrada en Chamartín por donde pasa el tranvía. La puerta de la lechería, estrecha y de vidrios empañados, permanece cerrada hasta las cinco. Son las tres y media cuando llego a ella y me pongo la última de la fila de bultos arrimados a la pared.

