—Sí… y salgamos por San Bernardo –dice María Luisa–. Ya no quiero ratas… Claro, están tan gordas… Se habrán comido a todos los que han quedado debajo… Subimos por un montón de escombros, sobre los que ya ha crecido la hierba, y volvemos a bajar… Entonces vienen unos chicos hacia nosotras. —Les vendo un conejito casero por cien pesetas… Nos lo enseña. Está desollado y limpio, sin cabeza. —¡Es un gato! –digo–. Un gatito chico… —No es un gatito… es una rata. A pesar de lo que dijo María Luisa, la compramos. Y la envolvemos en el papel ensangrentado donde la traen los chicos. Luego la guardamos en
  
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