No me gustaba lo que veían mis ojos, no me gustaba en quién se estaba convirtiendo la chica de la que yo creía estar enamorado. Pero pensándolo bien..., lo que hacía y cómo lo hacía... era lo mismo que yo había hecho, lo mismo que había estado haciendo antes de conocerla; yo la había metido en todas estas cosas: había sido mi culpa. Era culpa mía que se estuviese autodestruyendo. En cierto modo habíamos intercambiado los papeles. Ella había aparecido y me había sacado del oscuro agujero en el que yo me había metido, pero al hacerlo había terminado por ocupar mi lugar.