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November 27 - November 29, 2018
El régimen de Kim III no considera a la marihuana una droga y se la usa bastante para reemplazar al tabaco.
«producimos hombres-máquina de memorizar con baja capacidad de abstracción y creatividad, una mezcla entre deportistas del estudio con robots formados en un sistema muy competitivo. Y a esto se suma un alto costo: a muchos, a muchísimos, el estudio les cuesta la vida».
La lógica breve de estos shows responde a una misma estructura discursiva: la empresa o el país son muy eficientes y poderosos gracias a sus avances tecnológicos, que a veces generan problemitas
remedio y enfermedad se funden y confunden.
Durante el reinado de Silla —siglo I a.C.—, comenzó en Corea la cultura del baño entendido como ritual de purificación.
Los videojuegos son política de Estado por ser el principal producto cultural de exportación nacional: la industria mueve cinco mil millones de dólares al año.
La droga más popular entre la juventud coreana no es química sino digital:
El sabor del dinero,
competencias de no hacer nada.
el suicidio causa más muertes anuales que la suma de las guerras.
tecnocapitalismo confuciano de Corea del Sur, en la medida en que crecieron los niveles de vida y la economía, disparó su tasa de suicidios.
La retórica del «milagro coreano» continúa con una catarata de datos: entre 1963 y 1995 el PIB se multiplicó por 12; de 1982 a 1997 la producción industrial aumentó el 450% y en 30 años pasaron de ser un país agrario a una potencia industrial que es la segunda constructora naval del mundo, la tercera en electrónica, la quinta en automóviles, la sexta en siderurgia y la décimo segunda exportadora e importadora global. Fue uno de los procesos de desarrollo económico más acelerados que se conozcan.
La explicación facilista dice que el crecimiento fue gracias a las dictaduras militares, cuando esto no fue causa sino condición necesaria para aplicar una política con tasas altísimas de explotación laboral.
Hasta 1961, Corea del Sur recibió en carácter de donación 3.100 millones de dólares por parte de Estados Unidos,
surcoreano podría haberse parecido al de Indonesia, Filipinas o Sudamérica. El hecho de ser una «frontera caliente», sumado a que el país no era una fuente de reservas energéticas como el petróleo, hizo que Estados Unidos les permitiera cierto desarrollo económico independiente: las transnacionales no tenían ningún interés extractivo en la
En 1980 un obrero surcoreano cobraba el 10% que uno alemán y el 50% de un mexicano: la semana laboral era la más larga del mundo.
En un contexto de autoritarismo y gran desigualdad social hubo protestas obreras y estudiantiles, e incluso violentas rebeliones reprimidas a sangre y fuego con la anuencia de la semiocupación estadounidense.
Un ajuste neoliberal tradicional, por ejemplo, comienza con recortes al presupuesto educativo, mientras que en Corea del Sur los gobiernos impulsaron la educación para tener mano de obra calificada. Además aplicaron un estricto control de cambios para apreciar la moneda local y limitar la fuga de capital.
Queda claro a esta altura que proponer a un país el modelo coreano implica, entre otras cosas, altos niveles de autoritarismo incompatibles con una verdadera democracia.
La ética confuciana parte de una meritocracia basada en la escolarización de las personas, quienes son rigurosamente evaluadas. Este culto al academicismo ya milenario asigna estatus social y es percibido como justo por los ciudadanos en Corea del Sur.
La hiperconectada Corea del Sur es el laboratorio más osado de la sociedad de la transparencia, devenida en una especie de «tierra santa» del homo-digital, cuyo celular es una extensión de la mano desde la cual se «explora» el mundo.
en la matrix cibernética todos ven a los demás y se exponen para ser vistos.
Nadie protesta, aunque vivamos en un sistema que explote nuestra libertad.
«los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud.
La libertad de la movilidad se trueca en la coacción fatal de tener que trabajar en todas partes».
En el comunismo de Corea del Norte todo se espera del Estado, incluso el foquito de luz en el baño de una casa quemado por un apagón. Pero ese Estado distribuye poco y mal. En cambio en el neoliberalismo de Corea del Sur los ciudadanos no esperan nada del Estado, el cual se desentiende de todo —incluso lo elemental como una jubilación— y cualquier fracaso es entonces responsabilidad propia: ese «hombre libre» sólo puede condenarse a sí mismo.
la Zona Desmilitarizada es en verdad la más militarizada de la tierra.
Corea nunca fue una república: desde hace cinco mil años la unificaron reinos, dinastías y la invasión japonesa entre 1910 y 1945. Tras las bombas nucleares los japoneses se retiraron de la península, que pasó a ser dominada por los ejércitos soviético y norteamericano, mitad y mitad. Como un capricho del destino, esta moneda de caras tan opuesta fue arrojada hacia arriba y quedó suspendida en el aire hasta hoy.
Este libro no habla de los coreanos sino de las relaciones de poder en cada una de las dos sociedades.
Nos gustaría más bien servir como espejo difuso para cualquier nor- o surcoreano que quisiera saber cómo los ven desde fuera a partir de la mirada subjetiva de dos viajeros latinoamericanos. En aquello que más nos haya llamado la atención, ellos podrían ver lo singular de su modo de vida, algo que en general todos ignoramos de nosotros mismos por tenerlo naturalizado. Por eso nadie debería ofenderse allí, en ninguno de los dos lados de la frontera.
creemos que en el norte la mayoría de la gente está menos cansada, trabaja y estudia menos, tiene más en contacto con la naturaleza, ve mejor las estrellas y los niños disponen de más tiempo para jugar. Sin embargo, también en el norte la tasa de suicidio sería muy alta y las razones podrían ser la pobreza, la falta de libertades y el encierro fronteras adentro.
hermetismo del norte corresponde a la transparencia que encandila en el sur; la falta de información de un lado es la sobreabundancia del otro; el comunismo exagerado equivale al capitalismo desaforado; el culto al líder de un pueblo es la apatía a todo del vecino; y la inexistencia de navegación por Internet en el norte vale por al ahogo digital de los adictos a la web en el sur.
Corea es un juego en el que siempre pierden los coreanos.
Este libro intenta encender alguna luz en el oscuro cerco de los Kim y evita encandilarse con el imperio Samsung. Hemos recorrido los dos países a la manera «antigua»: en persona. Pero podríamos haber escrito casi todo esto desde casa utilizando YouTube, Netflix, Facebook y Google: a lo sumo faltarían los olores. Es decir, nos hubiésemos sumergido en la sociedad de la transparencia.
sindical, la libertad de expresión y conduce a tantos al suicidio. La moneda sigue girando en el aire, como si para la península coreana no valieran la fuerza de la gravedad ni las leyes del tiempo: la Guerra Fría parece haberse congelado.
Corea seguirá siendo una y su contrario.

