El chico se durmió con las palmas hacia arriba, como un penitente adormilado. Cuando despertó aún era de noche. El fuego se había reducido a unas pocas llamas bajas que bailaban sobre los rescoldos. Se quitó el sombrero, aventó el fuego con él y lo alimentó con la leña que había recogido. Buscó el caballo con la mirada, pero no pudo verlo. Los coyotes seguían aullando a lo largo de la muralla de roca de los Pilares y por el este empezaba a clarear tímidamente. Se acuclilló junto a la loba y le tocó el pelaje. Palpó sus dientes, fríos y perfectos. El ojo vuelto hacia la lumbre no reflejaba luz
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