No me avergüenza pensar que si no hubiera pasado la velada con los jóvenes alrededor de la hoguera probablemente no me hubiera necesitado. Quizá la realidad sea que era a uno de ellos al que abrazaba cuando la tenía entre mis brazos. Escucho atentamente el eco de este pensamiento en mi interior, pero no detecto ni el más mínimo dolor que me indique que estoy herido.