No la he penetrado. Desde el primer momento mi deseo no ha seguido esa dirección, ese objetivo. La posibilidad de albergar mi miembro seco de viejo en esa funda de sangre caliente me hace pensar en ácido en la leche, ceniza en la miel, tiza en el pan. Cuando miro su cuerpo desnudo y el mío, me parece imposible creer que hace tiempo la forma humana fuera para mí como una flor que sale a la luz tras germinar en las entrañas. Tanto su cuerpo como el mío son difusos, gaseosos, dispersos, lo mismo giran en un torbellino que se cuajan, se espesan en otro lugar; pero a menudo son también planos,
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