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Lo mejor sería que este oscuro capítulo de la historia del mundo acabara de una vez, que borraran a estos feos seres de la faz de la tierra y nosotros juráramos empezarlo todo desde el principio, gobernar un imperio en el que no hubiera más injusticia, más dolor. Costaría poco hacerles caminar hasta el desierto (quizá después de haberles dado de comer para que pudieran recorrer el camino), hacerles cavar con el último resto de sus fuerzas una zanja lo suficientemente grande como para que cupieran todos en ella (¡o incluso cavarla nosotros!), y, tras dejarles enterrados por los siglos de los
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No la he penetrado. Desde el primer momento mi deseo no ha seguido esa dirección, ese objetivo. La posibilidad de albergar mi miembro seco de viejo en esa funda de sangre caliente me hace pensar en ácido en la leche, ceniza en la miel, tiza en el pan. Cuando miro su cuerpo desnudo y el mío, me parece imposible creer que hace tiempo la forma humana fuera para mí como una flor que sale a la luz tras germinar en las entrañas. Tanto su cuerpo como el mío son difusos, gaseosos, dispersos, lo mismo giran en un torbellino que se cuajan, se espesan en otro lugar; pero a menudo son también planos,
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Siempre me ha dado lástima ver cómo esa gente cae víctima de la astucia de los tenderos, intercambia sus bienes por baratijas y se emborracha hasta perder el sentido, confirmando así la letanía de prejuicios del colonizador: los bárbaros son vagos, inmorales, sucios, estúpidos.
Pero con esta mujer es como si no hubiera interior, solo una superficie en la que repetidamente busco una entrada. Cualquiera que fuese el secreto que buscaban, ¿se sintieron también así sus torturadores al tratar de descubrirlo? Por primera vez siento una pena malsana por ellos: ¡qué error tan normal es creer que quemando, desgarrando o acuchillando se penetra el cuerpo secreto del otro!
Durante semanas y meses mantuve el celibato. La calidez y la belleza de los cuerpos femeninos seguían sugiriéndome el antiguo placer, pero algo nuevo me desconcertaba. ¿Era penetrar y poseer a esas bellas criaturas realmente lo que quería? El deseo parecía acarrear consigo una sensación trágica de distancia y separación que era inútil negar.
«Solo es una cuestión de edad, de ciclos de deseo y de apatía de un cuerpo que lentamente se enfría y muere. Cuando era joven, el simple olor de una mujer me excitaba: ahora, evidentemente, solo la más dulce, la más joven, la más reciente tiene ese poder. Cualquier día de estos serán jovencitos». Pensaba con desagrado en los años que me quedaban en este generoso oasis.
¿Cómo se puede erradicar el desprecio, especialmente cuando este desprecio se basa únicamente en diferencias de modales en la mesa o en variaciones en la forma del párpado? ¿Quiere que le diga lo que desearía? Desearía que estos bárbaros se alzaran en armas y nos dieran una lección para que aprendiéramos a respetarles.
No me avergüenza pensar que si no hubiera pasado la velada con los jóvenes alrededor de la hoguera probablemente no me hubiera necesitado. Quizá la realidad sea que era a uno de ellos al que abrazaba cuando la tenía entre mis brazos. Escucho atentamente el eco de este pensamiento en mi interior, pero no detecto ni el más mínimo dolor que me indique que estoy herido.
No estoy con ella por todos los éxtasis que pueda prometer o proporcionarme, sino por otras razones que para mí permanecen tan oscuras como antes.
La muchacha sangra, le ha venido el período. No puede ocultarlo, no tiene intimidad, no dispone ni de un pequeño matorral para esconderse. Está disgustada y los hombres también. Es lo mismo de siempre: el flujo femenino trae mala suerte, es malo para la cosecha, malo para la caza, malo para los caballos. Están de mal humor: no quieren que se acerque a los caballos, lo que no es posible, no quieren que toque la comida. Llena de vergüenza, pasa el día sola y no nos acompaña en la cena.