Basta con que reconozcas tu escaso atractivo, tu antipático retraimiento o tu ridícula timidez, que deben hacerte parecer una persona fría, triste, extraña y hasta colérica... Hubiera bastado con que reconocieras estas cosas desde el principio, y no habrías albergado pensamientos tan presuntuosos, y, ya que has sido tan tonta, arrepiéntete, corrígete y acaba con el asunto.»