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No puedes conocer ni la mitad de la inteligencia y prudencia que tengo porque nunca las has puesto a prueba.
Creéis que, porque siempre hago lo que me decís, no tengo un juicio propio.
Podía ser que, cuando hiciese estas cosas de nuevo, las circunstancias hubieran cambiado, mis sentimientos fueran diferentes y aquella casa no fuese mi hogar estable nunca más.
Sentí como si hubiera cometido una equivocación y hubiese sido egoísta al persistir en abandonarla;
En mi caso, cuando tenía su edad, o incluso menos, el más terrible de los castigos era que no me tuvieran en cuenta
por mucho que desees el éxito, por mucho que luches por cumplir con tu deber, tus esfuerzos se ven frustrados y aniquilados por los que están por debajo de ti e injustamente censurados y malinterpretados por los que están por encima.
La amabilidad, que había sido el alimento de mi vida a lo largo de tantos años, me había sido negada de forma tan absoluta en los últimos tiempos que había aceptado llena de alegría el menor signo de parecido con ella.
La gente no sabe el mal que hace a los niños cuando se ríe de sus faltas
Además, me pregunto, Richard, cómo puedes torturarte con la idea de la pobreza que recaería sobre nosotras si murieras, como si eso fuera algo importante comparado con la desgracia de perderte.
Todo ello hizo que el señor Weston se apareciera ante mí como la estrella matutina que podía salvarme del terror de una oscuridad completa.
Cuando sabemos poco de una persona, es fácil y agradable poner en marcha la imaginación...
También era desagradable caminar detrás de ellos, como si aceptara mi inferioridad,
–Sus alumnas la han dejado sola –dijo. –Sí, esa compañía les resulta más agradable que la mía. –Si es así, no debería molestarse en alcanzarlas.
Debe de ser un gran consuelo para usted tener un hogar, señorita Grey –comentó mi acompañante, tras una breve pausa–. Por lejos que se encuentre y aunque lo visite muy poco, no deja de ser algo que le pertenece.
El corazón humano es como una pieza de caucho: se dilata, pero puede estirarse mucho sin llegar a estallar. Si poco más que nada lo perturba, poco menos que todo es necesario para romperlo.
–Todavía no conoce toda la felicidad que le espera –le dije–. Se encuentra usted en el principio del camino.
Es posible que la causa se debiera en parte a mi propia limitación, a mi falta de tacto y de confianza en mí misma;
Yo me disponía a seguirlos, cuando el señor Weston, que también tenía un paraguas, se ofreció a acompañarme, pues la lluvia arreciaba. –No, gracias, no me molesta la lluvia –dije. Siempre que me cogían por sorpresa actuaba de la forma más absurda. –Pero ¡tampoco le gusta, me imagino! No creo que el paraguas le haga ningún daño –contestó, con una sonrisa que revelaba que no se había ofendido por mi negativa, lo que habría sucedido con un hombre de peor temperamento o de menor penetración. No podía negar la verdad de lo que decía, de forma que fui con él hasta el coche; incluso me ofreció su
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Al separarnos, una mirada, una tímida sonrisa... apenas un instante, pero en ellas leí o creí leer algo que avivó una llama de esperanza en mi corazón, algo desconocido hasta entonces.
Si una mujer es bella y amable, es elogiada por ambas cualidades, pero especialmente por la primera; si, por el contrario, es desagradable de rostro y de carácter, su fealdad se considerará como un crimen, porque para el observador común ésta es una grave ofensa; mientras que si es de aspecto vulgar y de buen corazón, siempre y cuando lleve una vida retirada, nadie, salvo los que la tratan íntimamente, parece advertir su bondad. Otros, en cambio, se inclinarán a formarse una opinión desfavorable sobre su inteligencia y su carácter, aunque solo sea para excusarse a sí mismos por la instintiva
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La belleza, aunque susceptible de ser sobrevalorada, es un don de Dios y no debe despreciarse. Esto será fácil de comprender para aquellos que han sentido que podían amar, o para aquellos cuyo corazón les dice que son dignos de ser amados, cuando la falta de esta o de cualquier otra aparente insignificancia les impide dar y recibir esa felicidad que parecen destinados a sentir y a ofrecer.
De la misma forma, mal haría la humilde luciérnaga en despreciar ese poder de dar luz, sin el cual la mosca pasaría una y mil veces por su lado sin detenerse nunca junto a ella. La luciérnaga oiría en torno a ella el zumbido de las alas de la mosca y la buscaría en vano, como en vano intentaría dar a conocer su presencia, sin voz para llamarla, sin alas para perseguirla...; la mosca buscaría otra compañero, y la luciérnaga viviría y moriría en soledad.
los perros no son las únicas criaturas que, después de atracarse de comida, defienden con uñas y dientes los restos que son incapaces de tragar, negando el pedazo más pequeño a otro perro hambriento.
Me había acostumbrado a guardar silencio cuando escuchaba cosas desagradables y a sonreír tranquilamente cuando me sangraba el corazón.
Los únicos testigos de mis oraciones, mis lágrimas, mis deseos y mis quejas éramos el cielo y yo.
Todavía conservo aquellas reliquias de pasados sufrimientos, que actúan para mí como esas cruces que se levantan en los caminos para conmemorar un acontecimiento. El tiempo borra las huellas, el paisaje puede cambiar, pero la cruz sigue allí para recordarnos cómo fueron las cosas.
Llevaba un ramito de preciosas campánulas en la mano, que me ofreció, con una sonrisa, comentando que, aunque me había visto tan poco en los dos últimos meses, no había olvidado que las campánulas se contaban entre mis flores favoritas.
incluso si los sufrimientos que padeció durante su enfermedad hubieran sido diez veces mayores, no podría lamentar haberle cuidado e intentado aliviarlos; que las desgracias y los sufrimientos que tuvo que padecer hubieran sido los mismos de haberse casado con una mujer más rica, pero que soy lo bastante egoísta como para creer que ninguna otra mujer habría podido aliviarlos como yo lo hice, y no por ser superior a las demás, sino porque habíamos nacido el uno para el otro; y que no puedo arrepentirme de las horas, los días y los años de felicidad que hemos vivido juntos, una felicidad que
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«Sí, Edward Weston, podría haber sido feliz en una casa habitada por enemigos, si hubiera tenido un solo amigo que me amara verdadera, profunda y fielmente, y si ese amigo hubieras sido tú,
–Es posible que volvamos a encontrarnos –dijo él–. ¿Tendría para usted alguna importancia que eso ocurriera?
Basta con que reconozcas tu escaso atractivo, tu antipático retraimiento o tu ridícula timidez, que deben hacerte parecer una persona fría, triste, extraña y hasta colérica... Hubiera bastado con que reconocieras estas cosas desde el principio, y no habrías albergado pensamientos tan presuntuosos, y, ya que has sido tan tonta, arrepiéntete, corrígete y acaba con el asunto.»
¡Ay, de qué forma un sueño es mucho más placentero que su cumplimiento!
Es el marido el que debe complacer a su esposa y no al revés. Y si él no está contento con la forma de ser de ella, ni se siente agradecido de tenerla a su lado..., no la merece, eso es todo.
¡Era mi querido Snap... el pequeño terrier de pelo oscuro y rizado! Cuando pronuncié su nombre, me saltó a la cara, gimiendo de alegría.
¿En qué parte de la ciudad vive? –me preguntó–. Nunca lo he podido averiguar. ¿Que nunca lo había podido averiguar? ¿Significaba aquello que lo había intentado?
Habíamos terminado de subir la parte difícil y quise retirar mi brazo del suyo, pero una ligera presión en el codo me dio a entender claramente que no era eso lo que él deseaba, y por lo tanto desistí.
estar sentada entre las dos personas que más amaba y respetaba en el mundo y escucharlas hablar tan afectuosa e inteligentemente me procuraba un enorme placer.
Me llamaba incluso «Agnes». La primera vez que pronunció este nombre lo hizo con timidez, pero luego, viendo que no ofendía a nadie, pareció preferirlo al frío «señorita Grey», igual que yo.
pero ninguna podría ser mi compañera... la verdad es que solo hay una persona en el mundo que podría ocupar ese puesto, y esa persona es usted.
¿Me ama, entonces? –dijo, estrechando mi mano con verdadero fervor. –Sí.