More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
Las viejas restricciones implicaban que sólo a los ortodoxos se les permitía abordar el tema de la religión. La libertad moderna implica que no se permite a nadie abordarlo.
El sentimiento religioso auténtico y fuerte nunca ha puesto ninguna objeción al realismo; por el contrario, la religión era la realista, la brutal, la que decía las cosas por su nombre.
Todas y cada una de las modernas expresiones populares e ideales constituyen artimañas destinadas a minimizar el problema de lo que es el bien. Nos encanta hablar de «libertad»; y eso, hablar de ella, es un truco para evitar discutir sobre lo que es bueno.
Tal vez nunca como ahora, desde el principio del mundo, se ha vivido una época con menos derecho a pronunciar la palabra «progreso». En el católico siglo XII, en el filosófico siglo XVIII, la dirección puede haber sido buena o mala, los hombres pueden haber discrepado más o menos sobre lo lejos que querían llegar, y hacia dónde deseaban ir, pero, en general, estaban de acuerdo en la dirección y, por consiguiente, contaban con una sensación genuina de progreso. Nosotros, en cambio, discrepamos precisamente sobre la dirección;
para que algo sea enteramente romántico, debe ser irrevocable.
Lo cierto es que se trata de un error suponer que la ausencia de convicciones definidas proporciona a la mente libertad y agilidad.
Millones de hombres en traje se definen a sí mismos como cuerdos y sensatos simplemente porque siempre van a la par con la locura del momento, porque van a toda prisa de locura en locura, llevados por la corriente del mundo.
La verdad es que toda apreciación auténtica se basa en cierto misterio, en cierta oscuridad, en cierta humildad. Quien dijo: «Bienaventurado el que no espera nada, pues no se verá decepcionado», pronunció una máxima equivocada. La verdadera es «Bienaventurado el que no espera nada, pues se verá gloriosamente sorprendido».
La ciencia, en el mundo moderno, tiene muchos usos, aunque el principal de ellos, con todo, es el de generar palabras muy largas y disimular los errores de los ricos.
El honor es un lujo para los aristócratas, pero una necesidad para los porteros.
La nacionalidad existe, y no tiene nada que ver con la raza. La nacionalidad es algo así como una iglesia o una sociedad secreta: se trata de un producto del alma y la voluntad humana; se trata, por tanto, de un producto espiritual.
Todo el mundo admitiría que la familia ha constituido la célula básica y la unidad central de casi todas las sociedades que hasta la fecha han sido, excepto algunas como la de Lacedemonia, que buscaba la «eficacia» y que, en consecuencia, pereció sin dejar el menor rastro.
La gente se pregunta por qué se leen más novelas que ensayos científicos, que obras sobre metafísica. La razón es muy simple: sencillamente porque la novela es más verdadera que las otras obras. En ocasiones, legítimamente, la vida aparece en forma de ensayo científico. A veces, más legítimamente aún, la vida aparece en forma de obra de metafísica. Pero la vida es siempre una novela.
La moralidad cuenta siempre, claro está, con una substancia permanente, lo mismo que hay una substancia permanente en el arte; afirmar esto es sólo afirmar que la moralidad es moralidad, y que el arte es arte.
Esta parcialidad contra la moralidad que se da entre los estetas modernos no se airea demasiado, aunque en realidad no se trata de un sesgo contra la moralidad, sino contra la moralidad de los demás, y se basa, por lo general, en una preferencia moral muy definida
Decir de un hombre que es idealista es decir sólo que es un hombre.
la adoración a los grandes hombres siempre surge en épocas de debilidad y cobardía. Nunca oímos hablar de los grandes hombres hasta que todos los demás hombres son pequeños.
Pero las leyes modernas son casi siempre leyes hechas para que las cumpla la clase gobernada, no quienes gobiernan.
Todo será negado. Todo se convertirá en credo. Es una postura razonable negar los adoquines de la calle; será dogma religioso afirmar su existencia.