Entonces él cogió una pierna y la golpeó contra la cama una y otra vez, gruñendo por el esfuerzo, luego la tiró al suelo, se sentó en el borde del colchón apoyando los codos en los muslos y ocultó la cara entre las manos. —Por favor —lo oí decir, balanceándose en el silencio—, por favor. No dijo nada más, y, para mi vergüenza, me fui a nuestro dormitorio y me senté imitando su postura y esperando algo, no sabía qué. A lo largo de esos meses pensé a menudo en lo que yo intentaba hacer, en lo duro que es mantener con vida a alguien que no quiere vivir. Primero pruebas con la lógica («Tienes
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