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Palabras. No hay manera de quitárselas de encima. No le dejan a una estar verdaderamente sola. Plaga de bichos molestos, oye. Debería abrir las ventanas de par en par para que salgan a la calle las palabras, los lamentos, las viejas conversaciones tristes atrapadas entre los tabiques del piso deshabitado.
Miró sus ojos, tensa, desafiante, en espera de que comenzara la película de sus recuerdos, el relato de su vida rota en escenas. Sí, rota, rota en trozos de cristal a la manera de una botella que se le hubiera caído al suelo. Y en cada añico, un recuerdo, un episodio, las sombras y figuras dispersas del ayer.
Y recordó una máxima del instructor: no asesinamos, ejecutamos.