Un anillo de plata y oro entrelazados, salpicado de perlas y en el centro una piedra de un color azul sólido, profundísimo. Zafiro, sí, pero diferente. Yo nunca había visto un zafiro como ese, ni siquiera en las oficinas de mi padre. Casi habría jurado que, en esa luz pálida, se abrían las líneas de una estrella de seis puntas sobre toda la superficie opaca, redonda.

