Podemos ir a tu habitación si quieres pero… —Estaba reclinado en el marco de la puerta abierta de su espacio personal. —O tu habitación o la mía…, pero de ahora en más, compartimos una. Dime si llevo mi ropa a la tuya o al revés… Si te parece bien. —¿No…, no quieres tu propio espacio? —No —dijo él, con sinceridad—. A menos que tú lo quieras. Necesito que me protejas de mis enemigos con tus lobos de agua. Yo resoplé. Él me había hecho contarle esa parte una y otra y otra vez. Yo levanté el mentón hacia su dormitorio. —Tu cama es más grande. Y así se arregló el asunto.

