—¿Y qué pintaste para ti misma? Saqué la quinta y me moví hacia la sexta antes de decir: —Pinté el cielo de la noche. Él se quedó inmóvil. Yo seguí: —Pinté estrellas y la luna y nubes y un cielo infinito, negro. —Terminé con la sexta y estaba serruchando la séptima cuando dije: —Nunca supe por qué. Yo no solía salir de noche…, generalmente estaba demasiado cansada y me iba a dormir al atardecer. Pero me pregunto… —Saqué la séptima, la última. —Me pregunto si había una parte de mí que sabía lo que me esperaba. Que sabía que nunca sería una amable cultivadora, sino una mujer que ardería como
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