Es un hecho común que el rostro de los difuntos, aunque rígido e inmóvil, recupera la expresión largo tiempo olvidada de la infancia que duerme, la mismísima mirada de los primeros años; y vuelve tan calmada, tan pacífica, que los que la conocieron en su infancia feliz se arrodillan sobrecogidos ante el féretro y ven al ángel bajado a la tierra.