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Chaparro se disciplina al extremo para concluir que sí o sí, definitiva, total y absolutamente, tiene que cortarla con darse manija, dejarse de joder y pedir de una vez por todas lo que ha ido a pedir.
“Y por otra parte los chicos nuevos usan todos computadoras, y en el estante de arriba de todo hay otras tres máquinas arrumbadas, y en el peor de los casos ustedes me avisan y yo la traigo”, dice Chaparro, pero no puede seguir porque ella alza una mano y le dice “quedate tranquilo, Benjamín, llevala sin problemas, es lo menos que puedo hacer por vos”, y Chaparro traga saliva porque hay formas y formas de hablar y de decir, no solo por las palabras, con ese “vos” al final que suena muy pero muy “vos”, sino que además hay tonos y tonos, y ese tono es el de ciertas ocasiones, ocasiones que
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Se me ocurren un montón de cosas, pero todas me parecen inútiles. Tal vez la menos inútil sea esta. Jugar un par de meses a ser escritor,
Porque sentía que tener a Liliana era una felicidad abusiva, que nada tenía que ver con lo que había sido el resto de su vida. Y que, como el cosmos tiende al equilibrio, él tendría tarde o temprano que perderla para que las cosas volviesen a su orden debido.
Lo enternece ligeramente advertir que las hojas escritas forman ya un mínimo espesor, un cierto cuerpo.
Dos días atrás estaba desesperado por la certeza de que jamás podría escribir su libro, ahogado en la nebulosa del principio. Ahora ese principio está escrito. Bien o mal, pero escrito. Eso lo pone contento, aunque también siga ansioso. Pero ansioso por seguir, por contar lo ocurrido con esas personas. Se pregunta si esta será la sensación que tienen los escritores cuando narran.
Lo que más disfruta del programa no es tanto ver tal o cual película, sino saber que después va a contárselo a Irene, cuando la vea. Se lo comentará de refilón, como de costado, como quien no quiere la cosa. Y ella le preguntará por la película. Les gusta hablar de cine.
En 1968 yo llevaba tres años de casado y creía o prefería creer, o deseaba fervientemente creer, o intentaba desesperadamente creer que estaba enamorado de mi esposa.
Pedro Romano me soltó la frase con expresión de triunfo, acodado sobre mi escritorio,
Nunca pude soportar ver salir el sol después de una tormenta. Mi idea de un día de lluvia es que debe llover hasta la noche.
Pasaba hoja por hoja, con los ademanes precisos de quien no quiere equivocarse.
No me sorprendió el apelativo de doctor, ni se me pasó por la cabeza corregirlo. Entre los policías prefieren llamar doctores a todos los empleados judiciales con cierta antigüedad, no sea cosa que alguno se les ofenda. Hacen bien. No he conocido ninguna secta tan sensible a los títulos honoríficos como la de los abogados.
Pero ahora se me habían quemado los papeles. Y ahí era donde lo necesitaba a Sandoval. Pero a un Sandoval inspirado, sagaz, rápido, intrépido. Si me tocaba el Sandoval borracho estaba jodido.
¿Qué estaría pasando por su cabeza? Al cabo creí entenderlo.
El taxista estaba de buen humor, y me ofreció una larga improvisación sobre la forma más sencilla y expeditiva de arreglar los problemas del país.
A veces los varones nos sentimos más seguros detrás de cierta frialdad para tratar a quienes queremos.

