Sí, habría que ser una persona así: mejor dejarse engañar que engañar a los demás..., una persona decente, sin malicia. Sólo esa clase de personas está bendecida por Dios. Todas mis habilidades, pensó, no me han hecho feliz, sigo siendo un hombre vencido, desasosegado. Y así siguió Leopold Kanitz calle abajo, ajeno a sí mismo; y nunca se sintió tan miserable como en ese día de su gran triunfo.