Entonces no pude contener por más tiempo mi enojo, pues había tocado mi punto débil. Creo haber dicho ya cuánto me vejaba formar parte de los oficiales de nuestro regimiento que no tenían un céntimo de patrimonio propio y depender exclusivamente del sueldo y de la subvención, bastante roñosa, de mi tía; ya en nuestro estrecho círculo me ponía enfermo que alguien hablara despectivamente del dinero en mi presencia, como si creciera entre los abrojos. Era mi punto vulnerable. Aquí era yo el inválido, era yo quien necesitaba muletas. Sólo por eso me sublevó tan desproporcionadamente el que aquella
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