viene sólo por compasión y todavía quisiera que lo admiraran por su misericordioso espíritu de sacrificio..., pero lo siento, no quiero que nadie se sacrifique por mí. No se lo permito a nadie, y menos a usted... Se lo prohíbo, me oye, se lo prohíbo... ¿Cree usted que de verdad necesito tenerles aquí sentados, con sus miradas «compasivas», húmedas y esponjadas y su cháchara «considerada»...? No, gracias a Dios no les necesito, a ninguno... Me basto a mí misma, saldré adelante yo sola, y si no mejoro, ya sé cómo librarme de ustedes...