—Uno envejece —dijo de pronto el maestro Pardo—. No cambia, sólo envejece. Eso es lo fulero. Me siguen gustando las mismas cosas pero ya no puedo conseguirlas porque nadie me toma en serio. Sólo yo sigo fiel a mis berretines. —Nuestra situación ha cambiado sustancialmente —dijo Wagner—. Y usted me preocupa, querido. No es que Wagner tuviera especial interés en el maestro Pardo, en realidad tenía interés en muy pocas cosas, pero en los últimos días no había podido dormir más de dos o tres horas y eso le daba una particular lucidez que lo distanciaba de todo y lo hacía observar a Pardo con ojos
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