Miró al Chino sonriendo, divertido con el chiste. Y se alejó al otro lado del mostrador. El Chino levantó el vaso de ginebra y miró el salón buscando una mesa. Al fondo, en el ventanal que daba a la playa, vio al médico que venía siempre al bar y pasaba las noches tomando whisky. Cada vez se iba más tarde, vivía en El Paraíso, un hotel sobre la avenida Luto. Lo había visitado varias veces y siempre lo había asombrado la elegancia del tipo, que tenía la pieza llena de discos de música clásica y de libros en francés. Cuando el Chino salió de la cárcel le habían dado el dato del doctor Montes, un
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