El doctor se tiró atrás en la silla y lo miró con una expresión amistosa. Para el doctor Montes, el Chino era otro desesperado, un tipo que había perdido a su mujer y a su hija y que se arrastraba empujado por la benzedrina. —¿Y adónde piensa irse? —Me vuelvo a Buenos Aires. Quiero llevarme a mi hija a vivir un tiempo conmigo. De golpe le había dicho la verdad y se sintió aliviado porque él mismo descubrió lo que pensaba. —Todo se puede arreglar —dijo el médico. —Mi mujer tiene el amparo del juez y no me deja verla. Usted sabe que yo estuve preso. —El médico lo miró con interés—. No fue culpa
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