Con lo que sacó vendiendo las limaduras, pudo dejar todo e irse de Mar del Plata cuando se separó de Blanca. En Buenos Aires el oficio era muy diferente, se valoraba el trabajo personal y el Chino enseguida empezó a hacer piezas finas. Un anillo bien hecho podía llevarle meses. En el fondo nunca estaban terminados. Se podía seguir laminando la piedra y puliendo el engarce hasta que el metal y el diamante parecieran formar un solo cuerpo invisible. Desde mayo estaba trabajando en un solitario de platino que le ocupaba todo el tiempo. Era una pieza única, un diamante sudafricano de cuatro puntas
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