Para cada ocasión tenía una sentencia. Era un hombre que odiaba a las mujeres. Trabajaba para ellas, hacía joyas para las manos y las gargantas de las mujeres, pero eso era todo lo que podía ofrecerles. Las conocía bien, sabía lo que podía gustarles. Estaba acostumbrado a recibirlas en el local y ayudarlas a decidir cómo tenía que ser el cintillo que iban a lucir. Pero ése era todo el trato. Vivía solo en una casa por Villa Crespo, no tenía hijos, no se le conocían parientes ni amigos. A veces, los sábados, iba a un boliche del bajo (al New Texas, al First and Last) y a la madrugada salía con
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