Juan  Galindo Mantilla

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Sosa trabajaba en un costado, con un aprendiz que le sostenía el metal mientras lo laminaba. Era un viejo de cara flaca y aire distraído. Había sufrido un ataque y había estado a punto de morir. Le temblaban un poco las manos y ahora se encargaba de dirigir el trabajo que hacía el Gorrión, su aprendiz. En un sentido el Gorrión era las manos de Sosa. —Traje esto, don Sosa —dijo el Chino, y dejó el anillo sobre la mesa—. No está terminado. Sosa observó el anillo con aprobación. —Sin soldar —afirmó. El Chino pensó que era una pregunta. —No, lo tallé con sierras de dos milímetros. Sosa miró al ...more
La invasión
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