—Nunca lo conseguiré. —¿Qué no conseguirás? —Todavía no lo sé, pero sé que no lo conseguiré. —¿Por qué, Leni? —Soy débil. La abracé, me costó contener las lágrimas. Le susurré que no era débil en absoluto, era extraordinariamente frágil y poderosa como todas las personas fuertes y profundas. Como los héroes griegos de las historias épicas que le había leído todas las noches.

