Empezó a salir con nosotros, a reírse de nuestras tonterías, pero sin llegar a participar nunca del todo. No era su estatus social lo que lo alejaba, sino una renuencia natural a abandonarse a la despreocupación, como si viera más allá de la juventud una vida adulta de deber. Ahora sé que le daba miedo estar con otros chicos.

