More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
para todos los que creen en amores imperfectos.
Él siempre decía que tenía que ser fuerte, que los obstáculos solo están ahí para que alguien pueda saltarlos.
Cuando su madre se marchó al cielo, él le explicó que iban a mudarse porque la casa donde habían vivido todos aquellos años resultaba «demasiado dolorosa». Rachel no entendía cómo una casa podía «doler», pero su padre estaba triste y deseaba contentarlo.
Esto es demasiado tierno, los niños sufren, eso está claro pero en ellos siempre hay el coraje de ayudar y reprimir el dolor para con sus seres queridos
en ocasiones, ocurren cosas malas contra las que no siempre se puede luchar.
Él se mostró dubitativo durante unos segundos, todavía sin soltarla. Sabía que debía alejarla de él, que no podía estar con ella de esa forma… Se lo había prometido a sí mismo hacía años, pero esa promesa se quebraba poco a poco y cada vez le resultaba más difícil intentar cumplirla.
Ella era su debilidad. Esos ojos ambarinos y curiosos, y la graciosa nariz repleta de pecas que Mike solía contar en silencio. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…, podía hacerlo durante horas y conocía cada una de las diminutas marcas que bañaban su piel. Era su secreto. A falta de las pecas de su rostro, se conformaba con volver a contar estrellas, pero si podía elegir…, si podía elegir, siempre la prefería a ella.
Unos labios gruesos que imitaban la forma de un corazón y provocaban que el suyo se acelerase. Un acelerón brusco, de esos que dejan sin respiración.
Se hubiese quedado así para siempre; pegado a ella, unidos en cierto modo, sin decir nada, sin más preguntas ni más
respuestas. Solo silencio… y la calidez y el agradable aroma a frambuesas que Rachel emanaba.
Sabes que siempre estaré para ti —lo cortó—. Incluso aunque no te entienda. No importa. Supongo que puedo entender que a veces no consiga entenderte.
Porque son como estrellas sobre el lienzo más bonito del mundo, tu rostro…
no siempre pedimos ser rescatados, incluso aunque sea evidente que lo necesitamos.
El miedo no conduce a nada bueno. El miedo solo es represión.
Él había abierto una grieta inmensa años atrás, pero de verdad que podían saltarla y dejarla atrás. Podían.
Todos pasamos por lo mismo, arriesgamos y perdemos, tropezamos y caemos.
Creo que me estoy aficionando a saltar baches y empiezo a entender que no vale la pena el tiempo que invertirnos en rodear los obstáculos. El futuro es una línea recta.
No hay pecas suficientes para todos los «te quiero» que siento cada vez que te miro. Treinta y tres sería solo un prólogo; voy a tener que contar las pecas de todo tu cuerpo y así al menos tendremos el principio, el comienzo de todo lo que está por llegar. De todos los infinitos que no voy a poder contar.