Temer y adorar a Dios con nuestra gratitud y obediencia es algo hermoso que trae consigo toda clase de bendiciones del Padre. Pero hacerlo para llamar la atención de Dios o para ganarnos Su favor no es ni siquiera una de esas razones. Ni siquiera es el interruptor para una de esas bendiciones. Esforzarnos para estar en Su lista de honor mediante nuestras buenas calificaciones es tan absurdo como intentar nuestra realización exigiéndola a los demás o esperándola del mundo.

