Repetimos, para aclarar, que esas raíces son los deseos de nuestro corazón. El problema no es que estén presentes y que tengamos deseos. El problema es dónde procuramos sembrarlas, dónde las estamos arraigando. Si las arraigamos en el reino del mundo, en cosas terrenales y metas que no pueden satisfacernos, esas raíces no tienen más opción que brotar como fruto malo (adicciones, ansiedad, depresión, abuso, ira que lleva al pecado, etc.). Pero si arraigamos esos mismos deseos en el reino de los cielos, en las verdades y las promesas de Dios, producirán más bien el fruto del Espíritu dentro de
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