Una de esas señales de advertencia es cuando empezamos a detectar en nuestro corazón lo que la Biblia llama una «raíz de amargura» (Heb. 12:15), cuando notamos que empezamos a sentir una real frustración y enfado con alguien, cuando perdemos la capacidad de relacionarnos con esa persona sin que, digamos, lo aborrezcamos hasta la muerte o al menos sin pensar en ella de una forma no muy amigable.

