—Un día podré sacar a mi madre de ese conventillo —prometió Joaquín en los cuchicheos de la ermita—. Le daré una vida decente, como la que tenía antes de perderlo todo... —No lo perdió todo. Tiene un hijo —replicó Eliza. —Yo fui su desgracia. —La desgracia fue enamorarse de un mal hombre. Tú eres su redención —determinó ella.