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pero nunca logró aceptar ese dios tiránico que le predicaban las religiosas, prefería una deidad más alegre, maternal y compasiva. —Ésa es la Santísima Virgen María —le explicaron. —¿Ella es Dios? —No, es la madre de Dios. —Sí, pero ¿quién manda más en el cielo, Dios o su mamá?
Aprendió a permanecer quieta y guardó su desmesurado caudal de fábulas como un tesoro discreto hasta que yo le di la oportunidad de desatar ese torrente de palabras que llevaba consigo.
Así fui concebida, en el lecho de muerte de mi padre.