Cuando los neurocientíficos observaron el interior del cerebro de los que hacían ejercicio por primera vez, descubrieron que no sólo había aumentado la materia gris —las neuronas—, sino también la materia blanca, la capa aislante de las neuronas que las ayuda a comunicarse con rapidez y eficacia unas con otras. El ejercicio físico —como la meditación— aumenta el tamaño y la rapidez del cerebro, y la corteza prefrontal es la que más acusa los efectos del entrenamiento.