cuando me salvé del naufragio y tuve la certeza de que todos habían muerto salvo yo, pasé por un momento de éxtasis y por tales transportes que, de haberme asistido la gracia de Dios, me hubieran llevado a una verdadera gratitud; pero todo terminó donde había principiado —un simple arranque de alegría por sentirme aún vivo— sin que eso me moviera a reflexionar sobre la bondad de la mano que, preservándome, había guardado mi vida mientras perecían todos los demás. No se me ocurrió pensar por qué la Providencia había sido generosa conmigo; tuve solo la vulgar alegría que todo marino salvado de
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