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Es Prosper Mérimée, a sus veintisiete años y medio, quien así se dirige a Henri Beyle, llamado Stendhal, veinte años mayor, el 31 de marzo de 1831, quince días después de la publicación de Notre-Dame de París.
Crónica del reinado de Carlos IX, que más tarde llegó a considerarse la cumbre de la novela histórica.
Hugo, año y medio mayor que Mérimée, tardó casi una década de ejercicio poético en salir, con Chateaubriand, del partido ultra si no de la legitimidad y hacer del ideal monárquico de libertad un liberalismo romántico a imitación de Sainte-Beuve.
Empezamos a entender a qué alude Mérimée con «el género canalla»: la falsa ingenuidad de los buenos sentimientos, el uso desvergonzado de los temas de moda (Luis XI, Fausto, el monje, los bohemios, la tortura), la tolerancia hacia formas intelectuales o populares de irracionalismo, los aires melodramáticos, la sensualidad sin muchos pretextos
ni planteamientos, el didactismo provocador, en definitiva, todo lo que una tradición obstinada opone a Hugo y a su ambición, que no retrocede ante la demagogia y la provocación.
riesgo que corre la civilización cuando la desaparición del rey «de Francia», y el cambio a un rey «de los franceses», hace de la soberanía nacionalidad.
el 19 de marzo de 1831 Balzac tiene ya su propio modo de describir y lamentar lo que Mérimée llama «el género canalla»: «He leído Notre-Dame. No es obra del Victor Hugo autor de algunas buenas odas, es obra del Hugo autor de Hernani. Dos hermosas escenas, tres palabras, todo ello inverosímil, dos descripciones, la bella y la bestia, y un diluvio de mal gusto. Una fábula sin posibilidades, y por encima de todo una obra aburrida, vacía
plagada de pretensiones arquitectónicas. A eso nos conduce el exceso de amor propio».
novelista resume su crítica en la inverosimilitud de la «fábula», sin darse demasiada cuenta de que los medios del fabulista no pertenecen al orden de la ilusión realista, de que los géneros tradicionales se encuentran en plena crisis y de que la novedad de un mundo fabuloso convoca el poder del arte de contar con el de la imaginación, equilibrando las ilusiones de esta con las artimañas de aquel, y al contrario.
extrema juventud de este dandi de quien no se diría que ya tiene una numerosa progenie, modernidad deslumbrante de la técnica de reproducción, fashion del porte, la vestimenta y la pose: Hugo sirve de insignia para el lanzamiento de la revista.
De ahí la llamada al desarrollo de una «nueva escuela literaria», que se caracterizaría por lo que burlonamente se denomina el «estilo topográfico», a saber, «mezcla entre la poesía y la historia». Cuestión de lugares, emplazamientos y paisajes reales, conceptuales o imaginarios, pero que exigen el recurso a una materia concreta.
La pieza indispensable para este ensamblaje es Philarète Chasles, quien imitando a Michaud, venerable historiador de las cruzadas, ensalza ya en el primer número el medioevo y su «industrialismo», cuando tiene lugar «la
extraña preparación del complicado drama de la sociedad moderna», aunque sea por la contradicción entre «creencia ideal» y «mofa vulgar y osada» de celebraciones religiosas como la fiesta de los locos y la fiesta del asno, la danza d...
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alimentado por el artículo de Nodier sobre «las sociedades medievales secretas», donde aparecen gitanos, judíos, templa...
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filósofos prácticos de la crítica intelectual y social, todos ellos captados «para el cuerpo de una ternura profunda y duradera».
Ese es el tipo de materialismo histórico en el que podría proliferar «el género canalla», con la moda de los «chicos malos» en el París del siglo XVI,
«Las masas sienten que han alcanzado un rango; quieren verse sobre el escenario, a sí mismas o a sus predecesoras. Los individuos solo son el pretexto, la ocasión, el accesorio». De ahí, como en el prefacio de Cromwell, la liquidación de las unidades de tiempo y de lugar, la apología del «color local» no como adorno o decorado sino como materia misma del historicismo moderno (Guizot, Barante, Thierry), por oposición a los epígonos desencarnados de Voltaire.
«Igual que ha sonreído a los monstruos saciados de agua de mar y hambrientos de regimientos islandeses, ¿no nos conduce a apasionarnos solo por proezas ejecutadas en la vía pública?». El insulto es tremendo, y Hugo se acordará de él sin duda, asumiéndolo en la novela, lo que resulta más que elegante:
Luego de la batalla de Hernani y después de la larga trayectoria de las ediciones de Notre-Dame de París, la carrera de Hugo se divide durante más de una década entre el teatro y la poesía: es ahí donde fijará la figura del héroe romántico, Olympio y Ruy Blas más que Werther. A continuación no habría habido ni Las contemplaciones ni Los miserables si Rabelais y Fausto no se hubieran puesto de acuerdo en torno a 1830 para proporcionar junto a Notre-Dame de París la arquitectura visionaria de una interpretación global de la historia, en la emergencia problemática del individuo moderno.
La muerte de la tragedia postraciniana era necesaria para alimentar la tragedia moderna, y esa puede ser la causa de que Gringoire, antihéroe que sirve de hilo conductor para la acción de Notre-Dame de París, tenga un anacrónico «fin trágico»; al no percibir que se había desarrollado una tragedia real con él y en torno a él, solo había podido pasar de los géneros medievales basados en la «moralidad, sotía y farsa» de la Gran Sala del palacio a la creación de obras de un género que aún no guardaba relación alguna con las realidades de la historia, de igual modo que su incapacidad para el amor
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En definitiva, a la socialización de la miseria.
son el símbolo carnal de lo masivo, de la complicación infinita de la perversidad. Son, en cierta manera, ángeles negros de la humillación. Quasimodo será su transfiguración.
esfuerzo no por negar la psicología de los caracteres, sino por revolucionarla con la práctica de llevar esos caracteres al límite.
Hugo ha empezado a redactar El último día de un condenado a muerte,
Los penados a los que se aherroja en cadena para ponerlos en el camino de Brest o de Tolón tienen sus costumbres, su lengua, sus jerarquías y sus fiestas provocadoras como la sociedad de la gente honrada tiene las suyas, y el espectáculo de los pordioseros imita, remeda, critica y denuncia el falso buen orden del mundo como es debido. Pero el condenado a muerte, ante la mezcolanza de los penados, está solo con su cabeza y su cuerpo, que pronto quedarán separados.
conduce a una especie de aniquilación progresiva del pensamiento que le lleva a cuestionarse cada vez más de forma implícita y objetiva todo el orden, del policía al rey, pasando por el sacerdote. Esta obra fascinante, que inspiró en gran medida a Albert Camus a escribir El extranjero,
reformar el sistema penal y suprimir la pena de muerte. Michel Foucault, que estudió mucho esa campaña, admiraba el dominio con que Hugo había sabido reunir en su breve novela todos los argumentos de la época. En realidad, no era tanto una novela como l...
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La consecuencia literaria de este encuentro con el penal y la guillotina, que naturaliza el Terror como constitutivo del siglo puesto que la Revolución ha sido irreversible, es que la voz de lo íntimo aleja al monólogo interior del peligro y las bajezas del desahogo. Hay que ser poeta para que la filosofía haga mella en lo real, pero la psicología del novelista vuelve la espalda a las pasiones preconcebidas, a los caracteres dados, a las costumbres clasificadas.
En efecto, la novela está construida con préstamos textuales adaptados a la narración, con una amplia y sólida documentación histórica que se hace pintoresca por la combinación de fragmentos. Cada personaje representa claramente su ambiente, pero lleva los signos distintivos del mismo en un eco, con múltiples interferencias y no pocas rayas. Quasimodo, casi mudo, sensible solo a los ultrasonidos, músico del Espíritu Santo, es el único que no participa en ese rumor de la ciudad. Su sordera cuestiona la ceguera de todos; su único ojo registra las triquiñuelas de la exclusión.
Su deformidad, adaptada a los ángulos de la catedral casi desde el nacimiento, se funde en el enigmático silencio del edificio, hueca antítesis del alboroto del concurso de muecas que se celebra en la Gran Sala del Palacio de Justicia.
el nombre cristiano del domingo después de Pascua, en que la liturgia celebra la pureza infantil,
El principal personaje de esta novela no es la catedral —como se ha dicho en demasiadas ocasiones por razones de comodidad literaria o de conveniencia cultural— ni el campanero jorobado, sino ese extraordinario par formado por la mutua reversibilidad, consigna de ambas mudeces.
sacerdote condenado proyecta desde la catedral —habitáculo y «centro» de la agilidad de Quasimodo—, en defensas externas y castigos, el fracaso de su sacerdocio, su ciencia y su amor, y quizá el descalabro de su doble paternidad adoptiva.
Las cortes de los milagros eran espacios de una ciudad poblados por miserables que vivían fuera de la ley: mendigos, ladrones y prostitutas. Se les daba este nombre porque las diferentes lesiones o enfermedades de los mendigos que vivían allí y recorrían las calles de la ciudad durante el día pidiendo limosna, desaparecían «milagrosamente» por la noche, cuando volvían a la Corte.
Su población se agrupaba en una asociación muy estructurada llamada el reino de Argot, dirigida por el gran coesre o rey de los truhanes, en la que se hablaba una jerga propia y cuyos miembros tenían diferentes especialidades.
Así pues, salvo el frágil recuerdo que le dedica aquí el autor de este libro, actualmente ya no queda nada de la misteriosa palabra grabada en la oscura torre de Notre-Dame, nada del destino desconocido que tan melancólicamente resumía.
Fueron escritos al mismo tiempo que el resto de la obra, datan de la misma época y proceden del mismo pensamiento,
En cualquier caso, cualquiera que sea el futuro de la arquitectura, resuelvan como resuelvan un día nuestros jóvenes arquitectos la cuestión de su arte, en espera de los monumentos nuevos, conservemos los antiguos. Inspiremos a la nación, si ello es posible, el amor por la arquitectura nacional. Ese es, el autor lo declara, uno de los objetivos principales de este libro; ese es uno de los objetivos principales de su vida.
Lo que el 6 de enero «ponía en efervescencia a todo el pueblo de París», como dice Jehan de Troyes, era la doble celebración, reunida desde tiempos inmemoriales, del día de Reyes y la fiesta de los locos.
En las puertas, en las ventanas, en las claraboyas y en los tejados pululaban miles de rostros burgueses, tranquilos y honrados, que miraban el palacio y miraban la turba sin pedir nada más; pues en París muchas personas se conforman con el espectáculo de los espectadores, y una muralla tras la cual sucede algo ya es, para nosotros, una cosa muy curiosa.
Es indudable que, si Ravaillac no hubiera asesinado a Enrique IV, no habría habido pruebas del proceso de Ravaillac depositadas en el archivo del Palacio de Justicia; tampoco cómplices interesados en hacer desaparecer dichas pruebas; por lo tanto, tampoco incendiarios obligados, a falta de un medio mejor, a quemar el archivo para quemar las pruebas, y a quemar el Palacio de Justicia para quemar el archivo; por consiguiente, para acabar, tampoco incendio de 1618. El viejo palacio seguiría en pie con su vieja Gran Sala y yo podría decir al lector: Vaya a verla; y quedaríamos dispensados ambos de
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que los grandes acontecimientos tienen consecuencias incalculables.
Queda muy poco hoy día —gracias a esa catástrofe y gracias, sobre todo, a las diversas restauraciones sucesivas que acabaron con lo que esta había dejado— de esa primera residencia de los reyes de Francia,
nos han dado a cambio de todo eso, a cambio de toda esa historia gala, a cambio de todo ese arte gótico? Las pesadas cimbras rebajadas del señor de Brosse, ese torpe arquitecto del pórtico de Saint-Gervais, en lo tocante al arte; y en cuanto a la historia, tenemos los recuerdos locuaces del gran pilar, en el que todavía resuenan los chismorreos de los Patrus. No es gran cosa… Volvamos a la verdadera Gran Sala del verdadero viejo palacio.
Sobre la mesa de mármol es donde, según la tradición, debía ser representado el misterio. Y para tal fin había sido dispuesta por la mañana. Su rico tablero de mármol, muy rayado por los tacones de la curia, sostenía una estructura de madera bastante alta cuya superficie superior, accesible a las miradas de toda la sala, debía servir de escenario
Así pues, la incomodidad, la impaciencia, el aburrimiento, la libertad de un día de cinismo y de locura, los altercados que estallaban a cada paso por un codazo o un pisotón y el cansancio de una larga espera daban ya, mucho antes de la hora a la que los embajadores debían llegar, un toque agrio y amargo al clamor de ese pueblo encerrado, encajonado, apretujado, oprimido, asfixiado.
—Os lo aseguro, esto es el fin del mundo. Jamás se han visto semejantes excesos entre los estudiantes. La culpa la tienen los malditos inventos del siglo, que dan al traste con todo. Las artillerías, las serpentinas, las bombardas y, sobre todo, la impresión, esa otra peste de Alemania. ¡Ni manuscritos ni libros se hacen ya! La impresión mata a la librería. El fin del mundo se acerca.
La puerta permanecía cerrada y el estrado vacío. Aquella multitud esperaba desde muy temprano tres cosas: las doce, la embajada de Flandes y el misterio. Lo único que había llegado a la hora eran las doce.
Sin embargo, mientras hablaba, la satisfacción y la admiración unánimemente suscitadas por su traje iban desvaneciéndose, y cuando llegó a aquella malhadada conclusión: «En cuanto el eminentísimo cardenal haya llegado, empezaremos», su voz se perdió en una tormenta de abucheos. —¡Empezad ya! ¡El misterio! ¡Queremos el misterio ya! —gritaba el pueblo. Y por encima de todas las voces se oía la de Johannes de Molendino, que traspasaba el griterío como el pífano en una cencerrada de Niza. —¡Empezad inmediatamente! —chillaba el estudiante. —¡Abajo Júpiter y el cardenal de Borbón!
—Micer —se apresuró a decir Gisquette, con el ímpetu de una esclusa que se abre o de una mujer que toma una decisión—, ¿conocéis a ese soldado que va a interpretar el papel de la Virgen en el misterio? —¿Queréis decir el papel de Júpiter? —preguntó el desconocido.