Pero después de admitir todo esto, no puedo entender cómo alguien merezca ser llamado “santo”, si peca a sabiendas y no se humilla ni se avergüenza por ello. No se le puede llamar “santo” a alguien que, a sabiendas, descuida habitualmente sus deberes y, conscientemente, hace lo que sabe que Dios le ha ordenado no hacer. Bien dice Owen: “No entiendo cómo alguien pueda ser un verdadero creyente si su carga más pesada no es el pecado, no siente dolor por él y no lo ve como un problema”.