Recordaba las palabras, la obra y la intercesión constante de Aquel que lo amaba y se había entregado por él. Y era esto y nada más que esto por lo que pudo decir con audacia: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia” (2 Ti. 4:8) y concluir con tanta firmeza: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2 Ti. 4:18)29.